Paulo
Freire. Cartas a quien pretende enseñar. Siglo XXI, México, 1994,
pp.28-42.
PRIMERA
CARTA
Enseñar
- aprender.
Lectura del mundo - lectura de la palabra
Ningún
tema puede ser más adecuado como objeto de esta primera carta para quien se
atreve a enseñar que el significado crítico de ese acto, así como el
significado igualmente crítico de aprender.
Es
que el enseñar no existe sin el aprender, y con esto quiero decir
más de lo que diría si dijese que el acto de enseñar exige la existencia de
quien enseña y de quien aprende. Quiero decir que el enseñar y el
aprender se van dando de manera tal que por un lado, quien enseña aprende
porque reconoce un conocimiento antes aprendido y, por el otro, porque
observando la manera como la curiosidad del alumno aprendiz trabaja para
aprehender lo que se le está enseñando, sin lo cual no aprende, el educador se
ayuda a descubrir dudas, aciertos y errores.
El
aprendizaje del educador, al enseñar, no se da necesariamente a través de la
rectificación de los errores que comete el aprendiz. El aprendizaje del
educador al educar se verifica en la medida en que el
educador humilde y abierto se encuentre permanentemente disponible para
repensar lo pensado, revisar sus posiciones; en que busca involucrarse con la
curiosidad del alumno y los diferentes caminos y senderos que ella lo hace
recorrer. Algunos de esos caminos y algunos de esos senderos que a veces
recorre la curiosidad casi virgen de los alumnos están cargados de sugerencias,
de preguntas que el educador nunca había percibido antes. Pero ahora, al
enseñar, no como un burócrata de la mente sino reconstruyendo los
caminos de su curiosidad -razón por la que su cuerpo consciente, sensible,
emocionado, se abre a las adivinaciones de los alumnos, a su ingenuidad
y a su criticidad el educador que actúe así tiene un momento rico de su
aprender en el acto de enseñar. El educador aprende primero a enseñar, pero
también aprende a enseñar al enseñar algo que es reaprendido por estar siendo
enseñado.
No
obstante, el hecho de que enseñar enseña al educador a enseñar un cierto
contenido, no debe significar en modo alguno que el educador se aventure a
enseñar sin la competencia necesaria para hacerlo.
Esto no lo autoriza a enseñar lo que no sabe. La responsabilidad ética,
política y profesional del educador le impone el deber de prepararse, de
capacitarse, de graduarse antes de iniciar su
actividad
docente. Esa actividad exige que su preparación, su capacitación y su
graduación se transformen en procesos permanentes. Su experiencia docente, si
es bien percibida y bien vivida, va dejando claro que requiere una capacitación
permanente del educador. Capacitación que se basa en el análisis crítico de su
práctica.
Partamos
de la experiencia de aprender, de conocer, por parte de quien se prepara para
la tarea docente, que necesariamente implica el estudiar. Obviamente, no
es mi intención escribir prescripciones que deban ser seguidas rigurosamente,
lo que significaría una contradicción frontal con todo lo que he dicho hasta
ahora. Por el contrario, lo que aquí me interesa de acuerdo con el espíritu del
libro en sí, es desafiar a sus lectores y lectoras sobre ciertos puntos o
aspectos, insistiendo en que siempre hay algo diferente para hacer en nuestra
vida educativa cotidiana, ya sea que participemos en ella como aprendices y por
lo tanto educadores, o como educadores y por eso aprendices también.
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