La concepción del profesor
Miguel Ángel Santos Guerra
Miguel Ángel Santos Guerra
¿Qué es un profesor? ¿Cuál es la naturaleza de la tarea que ha de realizar? ¿Hasta qué punto es un educador? De la respuesta deberá deducirse el tipo de formación necesaria y las estrategias pertinentes. La función de profesor no es siempre la misma porque cambia el alumno:
hoy llega a la escuela con un bagaje cultural amplio, con abundantes datos, con un caudal de experiencia y conocimiento fragmentario y poco contrastado. La escuela ha de ayudarle a reconstruir críticamente el conocimiento vulgar, ha de facilitarle criterios para analizar y relacionar los datos, ha de brindarle planteamientos para la aplicación racional y justa del saber.
El profesional que ha de realizar esas tareas no es sólo un especialista en determinado campo, sino una persona capaz de integrar el conocimiento, de tomar una postura crítica ante su selección y su tratamiento, de indagar colegiadamente sobre la naturaleza del saber, sobre el modo de transmitirlo y sobre la utilización del mismo al servicio de los valores. Es imprescindible
que el proceso de formación del profesorado se convierta en un debate ético e ideológico y no meramente técnico.
La principal exigencia de ese profesional no es disponer de un saber enciclopédico, ni siquiera dominar los mecanismos de la transmisión, sino situarse críticamente ante el saber institucional, y generar incertidumbre sobre las verdades indiscutibles y sobre el modo de transmitirlas o elaborarlas.
Me referiré a ciertas perspectivas en la concepción del profesor, a sabiendas de que voy a realizar una simplificación. El esquematismo, no obstante, puede ayudarnos a entender cómo la referencia al tipo de profesional que nos forjamos llevará como consecuencia un tipo de formación.
Perspectiva técnica: la didáctica como ciencia de aplicación En esta concepción el profesor está considerado como un técnico y la enseñanza como una ciencia aplicada. La naturaleza de los procesos que el profesor trabaja está explorada por investigadores y expertos diferentes a los profesores. La filosofía de la actividad, el diagnóstico de la práctica, los principios psicológicos del aprendizaje y los criterios didácticos de intervención serán objeto de estudio de los expertos.
Será mejor profesional aquel que lleve a la práctica las teorías, aquel que aplique de forma más correcta y precisa los principios de intervención. Para ser un buen profesional de la docencia el profesor deberá comprender y tener la diligencia necesaria para poner en práctica aquello que los teóricos, los investigadores y los administradores oportunamente le indiquen. Desde esta perspectiva, la didáctica será fundamentalmente una ciencia de aplicación, y la formación se realizará a través de exposición de teorías, aprendizaje de técnicas y asunción de prescripciones, tanto legales como tecnológicas.
Teorías pedagógicas
Las teorías generales sobre el aprendizaje, sobre la educación, sobre la motivación, descontextualizadas de las prácticas en las que se ven inmersos los estudiantes, no facilitan la formación de profesionales reflexivos.
Las teorías sobre la educación no son aplicables de forma automática e indiscriminada a los contextos escolares concretos. Porque cada aula, cada escuela y cada experiencia son particulares, dinámicas, irrepetibles, imprescindibles, complejas, y están cruzadas de valores y llenas de dilemas.
La formación del docente no se produce imbuyéndose en teorías, en clases en que se imparten las que solamente podrán inspirar la acción profesional si se lanzan puentes de reflexión sólidos y transitables para lograr su concreción en el aula.
Técnicas operativas
Me refiero al repertorio de consignas y de métodos para guiar la acción. En ocasiones son los estudiantes quienes demandan este tipo de estrategias de formación. Ahora bien, es dudoso que una colección de procedimientos y de principios de intervención resulten eficaces en cada caso y en cada momento.
"En lugar de aprender a plantear cuestiones acerca de los principios subyacentes a los diferentes métodos pedagógicos, a las técnicas de investigación y a las teorías educativas, los estudiantes se entretienen a menudo en el análisis de cómo enseñar, con qué libros hacerlo o en el dominio de la mejor manera de transmitir un cuerpo dado de conocimientos."
Perspectiva práctica. La didáctica como ciencia de indagación Frente a la perspectiva que considera al profesor como un ejecutor de las prescripciones y un aplicador de las teorías que otros elaboran, se encuentra la perspectiva práctica que concibe al profesor como un profesional que reflexiona, diagnostica, investiga y actúa de forma autónoma y crítica.
La concepción de la práctica docente como de un proceso cargado de complejidad, exige una formación, una contextualización y un desarrollo profesional que trascienda la concepción
tecnicista e instrumental de la profesión.
El carácter singular de los escenarios, de las culturas y de los contextos, exige una actuación profesional específica que no se deriva de la aplicación automática, rígida, mecanicista, instrumentalista de las teorías y de los principios. La práctica profesional del docente está cargada de conflictos de valor. No hay neutralidad en la práctica educativa, no hay uniformidad de intereses, de fines, de valores. De ahí la necesidad de una formación, de una intervención y de una evaluación de la misma que procedan de la reflexión crítica. Lo dice claramente Henry Giroux (1990):
"En pocas palabras, las escuelas no son lugares neutrales y consiguientemente tampoco los profesores pueden adoptar una postura neutral... Con esta perspectiva en la mente, quiero extraer la conclusión de que, si los profesores han de educar a los estudiantes para ser ciudadanos activos y críticos, deberían convertirse ellos mismos en intelectuales transformativos".
La educación y la enseñanza están cruzadas por valores de diversa naturaleza. No solamente porque cada individuo y grupo los entiende de diferente manera, sino porque a la institución escolar se le plantea una contradictoria tarea axiológica. Se le pide que eduque en los valores (solidaridad, paz, tolerancia, verdad...) y que prepare a los individuos para la vida, y la sociedad.
Ahora bien, en la sociedad imperan algunos contravalores que configuran su cultura (insolidaridad, violencia, intolerancia, mentira...)
La simbiosis teoría - práctica
Si concebimos al profesional como un investigador que es capaz de diagnosticar y de comprender su acción, la formación tendrá que sustentarse sobre un componente práctico de importancia decisiva. Todos los alumnos están inmersos en la práctica de sus centros de
formación. Todos han sido parte de la realidad educativa en sus años escolares. Es difícilmente explicable que quienes han padecido y criticado una enseñanza de corte libresco la reproduzcan, una vez constituidos en profesores, de una forma tan mimética.
Lo que hace falta es desarrollar estrategias que permitan una reflexión compartida sobre esas realidades. Para ello es preciso:
• Que la simbiosis de la teoría y de la práctica se establezca en una permanente interacción.
La teoría permite iluminar la práctica, y de la práctica reflexiva se llega a una teoría de mayor
contraste.
• Que las prácticas no se conviertan en un retroceso respecto a los avances o progresos
realizados en la reflexión teórica, dada la fuerza de arrastre de una realidad frecuentemente
lastrada por la inercia y la falta de medios.
• Que las prácticas den lugar a un trabajo compartido de análisis sobre la realidad educativa.
Lo fundamental no es ver experiencias interesantes de renovación, sino desarrollar
estrategias rigurosas de análisis y de comprensión.
• La presencia en los centros ha de tener como eje la dinámica general del mismo y no sólo la actividad del aula. En primer lugar, porque los profesionales trabajan inmersos en la institución y condicionados por ella. En segundo lugar, porque la misma vida del aula tiene influencias de doble dirección con la realidad contextual de la escuela. La práctica reflexiva exige el dominio de esquemas de análisis bien articulados.
Me refiero al repertorio de consignas y de métodos para guiar la acción. En ocasiones son los estudiantes quienes demandan este tipo de estrategias de formación. Ahora bien, es dudoso que una colección de procedimientos y de principios de intervención resulten eficaces en cada caso y en cada momento.
"En lugar de aprender a plantear cuestiones acerca de los principios subyacentes a los diferentes métodos pedagógicos, a las técnicas de investigación y a las teorías educativas, los estudiantes se entretienen a menudo en el análisis de cómo enseñar, con qué libros hacerlo o en el dominio de la mejor manera de transmitir un cuerpo dado de conocimientos."
Perspectiva práctica. La didáctica como ciencia de indagación Frente a la perspectiva que considera al profesor como un ejecutor de las prescripciones y un aplicador de las teorías que otros elaboran, se encuentra la perspectiva práctica que concibe al profesor como un profesional que reflexiona, diagnostica, investiga y actúa de forma autónoma y crítica.
La concepción de la práctica docente como de un proceso cargado de complejidad, exige una formación, una contextualización y un desarrollo profesional que trascienda la concepción
tecnicista e instrumental de la profesión.
El carácter singular de los escenarios, de las culturas y de los contextos, exige una actuación profesional específica que no se deriva de la aplicación automática, rígida, mecanicista, instrumentalista de las teorías y de los principios. La práctica profesional del docente está cargada de conflictos de valor. No hay neutralidad en la práctica educativa, no hay uniformidad de intereses, de fines, de valores. De ahí la necesidad de una formación, de una intervención y de una evaluación de la misma que procedan de la reflexión crítica. Lo dice claramente Henry Giroux (1990):
"En pocas palabras, las escuelas no son lugares neutrales y consiguientemente tampoco los profesores pueden adoptar una postura neutral... Con esta perspectiva en la mente, quiero extraer la conclusión de que, si los profesores han de educar a los estudiantes para ser ciudadanos activos y críticos, deberían convertirse ellos mismos en intelectuales transformativos".
La educación y la enseñanza están cruzadas por valores de diversa naturaleza. No solamente porque cada individuo y grupo los entiende de diferente manera, sino porque a la institución escolar se le plantea una contradictoria tarea axiológica. Se le pide que eduque en los valores (solidaridad, paz, tolerancia, verdad...) y que prepare a los individuos para la vida, y la sociedad.
Ahora bien, en la sociedad imperan algunos contravalores que configuran su cultura (insolidaridad, violencia, intolerancia, mentira...)
La simbiosis teoría - práctica
Si concebimos al profesional como un investigador que es capaz de diagnosticar y de comprender su acción, la formación tendrá que sustentarse sobre un componente práctico de importancia decisiva. Todos los alumnos están inmersos en la práctica de sus centros de
formación. Todos han sido parte de la realidad educativa en sus años escolares. Es difícilmente explicable que quienes han padecido y criticado una enseñanza de corte libresco la reproduzcan, una vez constituidos en profesores, de una forma tan mimética.
Lo que hace falta es desarrollar estrategias que permitan una reflexión compartida sobre esas realidades. Para ello es preciso:
• Que la simbiosis de la teoría y de la práctica se establezca en una permanente interacción.
La teoría permite iluminar la práctica, y de la práctica reflexiva se llega a una teoría de mayor
contraste.
• Que las prácticas no se conviertan en un retroceso respecto a los avances o progresos
realizados en la reflexión teórica, dada la fuerza de arrastre de una realidad frecuentemente
lastrada por la inercia y la falta de medios.
• Que las prácticas den lugar a un trabajo compartido de análisis sobre la realidad educativa.
Lo fundamental no es ver experiencias interesantes de renovación, sino desarrollar
estrategias rigurosas de análisis y de comprensión.
• La presencia en los centros ha de tener como eje la dinámica general del mismo y no sólo la actividad del aula. En primer lugar, porque los profesionales trabajan inmersos en la institución y condicionados por ella. En segundo lugar, porque la misma vida del aula tiene influencias de doble dirección con la realidad contextual de la escuela. La práctica reflexiva exige el dominio de esquemas de análisis bien articulados.
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