Lo que
necesitan conocer y saber hacer los profesores
Linda Darling-Hammond,
el derecho de aprender,
crear buenas escuelas para todos
biblioteca para la
actualización del maestro
SEP. México, 2002, pp.
370-374.
¿Qué han de
saber los profesores para enseñar a todos los alumnos con arreglo a las aspiraciones educativas de los nuevos
estándares de aprendizaje? Con toda
seguridad, tienen que comprender los contenidos de la enseñanza con un
nivel suficientemente exhaustivo como para disponerlos de tal modo que los
alumnos puedan desarrollar mapas cognitivos poderosos de lo que estudian.
Tienen necesidad de mucho más que una comprensión superficial o mecánica de las
ideas fundamentales de una disciplina. Han de penetrar, además, en las
estructuras profundas del conocimiento, sus relaciones, así como en los métodos
para someterlas a prueba, evaluación y ampliación. Precisan habilidades
pedagógicas para hacer un uso flexible del conocimiento disciplinar, pues es
así como pueden prestar atención a las ideas que van surgiendo en el curso del
proceso de aprendizaje. Tienen que saber realizar investigaciones en un
determinado ámbito del conocimiento y. qué tipo de lógica impera en cada uno de
ellos (por ejemplo, qué se considera una comprobación aceptable en matemáticas
y qué en el dominio de la historia). Han de saber apreciar el poder de
establecer relaciones entre conceptos pertenecientes a diferentes áreas, así como
conectar las ideas y la vida cotidiana, de tal forma que sean capaces de
seleccionar y utilizar ejemplos pertinentes, problemas y aplicaciones
significativas. Comprender en esos términos los contenidos escolares es, a fin
de cuentas, lo que constituye el conocimiento del contenido pedagógico
(Shulman, 1987), que puede permitir a los profesores representar las ideas de
forma comprensible para otros. El conocimiento del propio ámbito disciplinar
resulta decisivo; los profesores han de conocer qué conceptos son llave de
otros y cómo establecer conexiones y acomodaciones fructíferas entre ellos.
El conocimiento
de los alumnos, por supuesto, también es fundamental: sus diferencias en lo que
se refiere a la comprensión de ideas está marcada en gran medida por su
experiencia previa y contexto. Para crear experiencias fructíferas de
aprendizaje, un buen profesor tiene que descubrir qué es lo que ya saben los
estudiantes y cuáles son los contenidos y conceptos que permiten conectar con
su mundo. También son importantes los conocimientos sobre distintas modalidades
de inteligencia, procesamiento de información y comunicación, pues eso
contribuye a que los docentes organicen explicaciones, materiales, centros de
aprendizaje, proyectos y discusiones de una manera que sean útiles para
facilitar el aprendizaje. Para promover experiencias fructíferas de enseñanza
hay que dominar los conocimientos disponibles sobre el desarrollo evolutivo de
los estudiantes: cómo piensan y se comportan los niños y los adolescentes; qué
persiguen; qué encuentran interesante; qué es lo que ya saben y cuáles son los
conceptos que les plantean dificultades en determinadas materias y a ciertas
edades. Los profesores deberían saber cómo estimular su desarrollo social,
físico y emocional, así como el
propiamente intelectual. Una enseñanza que pretenda conectar con los alumnos
también exige tomar conciencia de las diferencias surgidas de la cultura, el
lenguaje, la familia, la comunidad, el género, la experiencia escolar previa y
otros factores que configuran las experiencias de las personas, y percatarse de
las diferencias en la inteligencia, en las estrategias de aprendizaje por las
que cada uno tiene preferencia o de las dificultades que puedan encontrarse en
el curso de los aprendizajes. Es preciso que los profesores indaguen sensata y
eficazmente sobre las experiencias vividas por los alumnos y sus concepciones
sobre la materia, de forma que puedan interpretar el currículum a través de sus
ojos y diseñar las lecciones
estableciendo puentes de enlace con sus conocimientos y estilos de aprendizaje.
Para obtener información no estereotipada, los profesores tienen que saber
escuchar atentamente y examinar el trabajo de los alumnos, así como organizar
situaciones didácticas que inciten a los alumnos a escribir y hablar de sus
experiencias y concepciones. Este tipo de saberes componen lo que suele denominarse
el conocimiento pedagógico del alumno (Grimmett y MacKinnon, 1992), que puede
irse enriqueciendo al observar cuáles son los estilos de pensamiento y
razonamiento de cada estudiante, las formas que mejor les ayudan a aprender y
los factores que tienen el poder de motivados. Comprender bien el tema de la
motivación es crucia!, pues, ciertamente, adquirir la comprensión es una tarea
difícil y costosa.
Los profesores
deben saber cómo estructurar las tareas y la información a fin de alentar el
esfuerzo constante de los alumnos, procurando que persistan en el afán de
comprender, sobre todo cuando progresar resulte difícil, y evitando que caigan
en el desaliento y acaben por abandonar. Motivar a los alumnos exige, no sólo
un conocimiento general sobre cómo implicarles en las tareas y mantener el
interés en edades diferentes, sino también captar las imágenes que cada uno
tiene de sí mismo y de sus capacidades,
qué es lo que más les preocupa y qué tipo de tareas permiten el éxito necesario
para sostener los esfuerzos de aprender. Sobre el aprendizaje escolar también
necesitan los profesores conocimientos en profundidad. Ya que puede adoptar
múltiples formas (por ejemplo, aprender para reconocer la información frente a
aprender para resolver un problema o producir), deben advertir qué supone
aprender distintos tipos de información con propósitos diferentes, cómo
estimular la diversidad de los aprendizajes utilizando determinadas estrategias didácticas y cómo
determinar cuáles pueden ser las más oportunas en momentos y circunstancias
particulares. No todo puede aprenderse en profundidad, es decir, con un abanico
amplio de oportunidades para la aplicación generalizada, pero sí debe hacerse
de ese modo al trabajar aquellos
contenidos que servirán de base al trabajo posterior y como un medio de
desarrollar determinadas habilidades y
comportamientos. Hay conceptos que
pueden aprenderse de forma menos profunda, por ejemplo, hacerse una idea
de conjunto de un determinado ámbito, aunque, en todo caso, deberán ser
aprendidos relacionándolos significativamente con los demás.
Es preciso que
los profesores comprendan qué es lo que puede ayudar a los estudiantes (en
realidad, a cualquier persona) a aprender de todas esas formas diferentes. Para
ello es necesario desarrollar la capacidad de evaluar sus conocimientos y
estilos de aprendizaje, identificar sus potencialidades y desventajas,
percatándose de quiénes tienden a emplear claves visuales u orales, quiénes a
razonar partiendo de lo específico para llegar a lo general (o a la inversa), quiénes recurren a organizadores
espaciales o gráficos, o están más apegados al texto, quiénes tienen una
inteligencia lógico-matemática altamente desarrollada, o quiénes un marcado
sentido estético.
Hacer buen uso
de toda esta información requiere que los profesores tengan en su repertorio
didáctico estrategias de enseñanza que permitan responder a diferentes formas
de aprender y múltiples metas de aprendizaje deliberadamente seleccionadas.
Además de emplear regularmente diferentes representaciones del contenido y
caminos hacia el aprendizaje, el profesorado necesita instrumentos para
trabajar en el aula con aquellos alumnos que presentan determinadas
dificultades o necesidades de aprendizaje: un 15 % de los alumnos presenta dislexia
o disgrafía, dificultades visuales o perceptivas, o problemas a la hora de
procesar la información. Hay estrategias didácticas que son útiles para estos
casos, que son muy comunes, aunque desgraciadamente es raro que los profesores
normales y corrientes sean formados al respecto. Más aún, debido a que el
lenguaje constituye la principal puerta de acceso al aprendizaje, es preciso
que los profesores comprendan cómo se produce su adquisición, ya se trate de
una primera o una segunda lengua. Quienes comprendan ese proceso estarán en
mejores condiciones de desarrollar habilidades lingüísticas con sus alumnos,
así como crear experiencias de aprendizaje suficientemente asequibles,
recurriendo a estrategias que van desde la enseñanza explícita de un vocabulario
esencial y el uso de claves visuales y orales hasta la creación de escenarios
de aprendizaje cooperativo donde los alumnos usen el lenguaje para realizar
determinadas tareas. Son precisos, igualmente, conocimientos sobre tecnologías
y recursos curriculares. De ese modo los docentes podrán desarrollar
capacidades para poner en contacto a los alumnos con fuentes de información y
conocimiento diferentes a los libros de texto, fomentar la búsqueda de
conocimientos, la habilidad de recoger y sintetizar información y el desarrollo
de modelos, trabajos escritos, diseños y otros tipos de trabajos escolares. El
papel del profesor consistirá en ayudarles a aprender, a localizar y utilizar
recursos para plantear y resolver problemas, lo que es mucho más interesante
que limitarse a hacerles memorizar contenidos incluidos en una sola
fuente. Los profesores, al mismo tiempo,
tienen que saber colaborar. Así serán capaces de organizar y promover
interacciones entre los alumnos de tal modo que pueda producirse un aprendizaje
en común suficientemente potente.
Conviene saber
de qué forma organizar el aula como un espacio que estimule el discurso
fructífero e impulse el razonamiento disciplinado y riguroso de los alumnos. Y,
desde luego, también son necesarios los conocimientos y disposiciones
favorables hacia la colaboración con otros colegas, para planificar, evaluar y
mejorar el aprendizaje dentro del centro, así como trabajar con las familias,
conocer mejor a cada alumno y modelar experiencias de apoyo, tanto en el centro
como en el hogar.
Finalmente, los
profesores tienen que ser capaces de analizar su práctica profesional y
reflexionar sobre ella, evaluar los efectos de su docencia y, cuando proceda,
acometer su reconstrucción y mejora. Cuando la enseñanza se orienta a la
comprensión, el pensamiento de los profesores debe discurrir permanentemente
por dos vertientes relacionadas entre sí: a) ¿qué estoy haciendo para conseguir
que los alumnos avancen hacia niveles elevados de comprensión y actuación
competente?, y b) ¿qué atención estoy prestando a los conocimientos e intereses de los alumnos al
hacerles progresar hacia las metas del currículum y al desarrollo de su talento
y competencia social? Los profesores deben de apreciar continuamente lo que
piensan y comprenden sus estudiantes,
pues ése es un punto de referencia obligado para remodelar sus planes de
trabajo aprendiendo de lo que van descubriendo al desarrollar el currículum
para el logro de las metas planteadas.
Para la mayor
parte del profesorado son nuevas estas exigencias de conocimiento que surgen, a
fin de cuentas, de la necesidad de enseñar a un espectro mucho más amplio de
alumnos para alcanzar estándares de rendimiento escolar ahora mucho más altos y
como quiera que son pocos los profesores que han vivido en sus propias carnes
la experiencia de un aprendizaje para la comprensión, ¿cómo introducir a gran
escala una enseñanza diferente? La única respuesta creíble es que debemos
imaginar y promover modalidades más potentes de formación del profesorado: tanto
en su formación inicial como en el transcurso de sus carreras profesionales.
Esta formación debe facilitarles sistemáticamente los conocimientos y
experiencias que acabamos de describir y reclamar, y deben estar al alcance -de
todos-, no sólo de unos cuantos. En pocas palabras, pienso que tenemos que
desarrollar una visión de la enseñanza como una verdadera profesión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario