El maestro
| Opinión | Paz Fernández Cueto
Reforma
Faltando pocos
días para el 15 de mayo, cuando la imagen del maestro ha sido tan devaluada y
vilipendiada en los últimos días por quienes se dicen maestros sin serlo,
quisiera dirigirme a ese maestro o maestra entrañable que cada uno conserva en
la memoria y en el corazón. He tenido el privilegio, desde hace más de 20 años,
de estar estrechamente ligada con maestros del sector público. Conozco a los
verdaderos maestros, aquellos que se dedican a sembrar a manos llenas sin
esperar ver la cosecha. Los que saben invertir a largo plazo con sabiduría y
paciencia, empleando lo mejor de sus años en la noble tarea de transmitir el
conocimiento. Los que se afanan en forjar el carácter de tantos hombres y
mujeres de bien.
Sé de las luchas,
aspiraciones y limitaciones que ha sufrido el gremio magisterial en los últimos
años. Del prolongado secuestro al que se han visto sometidos el magisterio y,
en general, todo el sistema educativo mexicano, usados frecuentemente como
instrumento de control político e ideológico. Asimismo, reconozco las merecidas
conquistas laborales cuando se ha tratado de nivelar un sueldo que amerita
nivel profesional. El compromiso que implica el quehacer de más de un millón de
mujeres y hombres que, día a día, le apuestan a la enseñanza, poniendo su vida
de por medio. Los deseos de miles de maestros por liberarse de un sindicato
arbitrario y represor, teniendo que soportar los abusos de sus líderes y el
continuo desprestigio sufrido ante el deterioro de la educación. Elba Esther
Gordillo, actualmente en prisión, es sólo una muestra, ciertamente emblemática,
de la corrupción que ha sofocado por décadas el sistema educativo mexicano,
siendo los maestros los primeros afectados en una cadena de vicios que impide
llegar al objetivo final de la educación: lograr el aprendizaje de los alumnos.
He sido testigo de
la nobleza del maestro, de ese maestro multi-grado que atiende a varios grupos
simultáneamente dentro de una misma aula, en las zonas rurales más apartadas
del país. Soy una admiradora del maestro consciente de la importancia de ser
factor de cambio. Más de una vez he visto brillar sus ojos cuando,
incursionando en ignorados sistemas de enseñanza, descubren nuevas formas de
libertad, superando, a pesar de las limitaciones, el encasillamiento
intelectual al que se ven restringidos por los rígidos programas a los que los
somete la SEP. Cuando habiendo superado la noción de educación cerrada,
estereotipada o caduca, actualizan sus métodos para facilitar la manera de
transmitir los conocimientos. Cuando introduciendo el concepto de una educación
integral humanista, rica en valores, descubren nuevos horizontes dentro de las
inmensas posibilidades que ofrece el quehacer magisterial. Ciertamente, la
misión del maestro no sólo es transmitir conocimientos y nutrir
intelectualmente en lo académico, a través de la acumulación de datos, cifras o
contenidos estadísticos, sino, fundamentalmente, enseñar el arte supremo que
consiste en hacer pensar y reflexionar, en llegar a conclusiones y tener
capacidad de síntesis. Lograr que los alumnos sean capaces de relacionar
conocimientos y aplicarlos según las circunstancias, con la flexibilidad de
quien se adapta al cambio, es la tarea fundamental del maestro. Su quehacer diario
consiste en hacerlos crecer, ponerlos en situación de éxito para que sean cada
día mejores personas.
La palabra
"maestro" está plenamente identificada con el signo de más. Está
ligada misteriosamente con el don de sumar, es decir, con el afán de lograr la
superación y el progreso. El maestro es aquel que logra alzarnos sobre sus
hombros, porque autoridad viene de "auge", que quiere decir aupar,
elevar, para que viendo a través de sus ojos venciéramos la ignorancia.
"Augere" también significa aumentar por eso el maestro es un
referente de autoridad, alguien que debe educar fundamentalmente con el
ejemplo. Y porque vale más un ejemplo que mil palabras, tenemos que exigir del
maestro un comportamiento que no desdiga de la nobleza de su misión, es decir, un
comportamiento ejemplar. No podemos permanecer indiferentes, como sociedad,
ante el deplorable espectáculo de los llamados maestros disidentes. Quizá lo
más pernicioso de su conducta no consista en el abandono de las aulas o en la
falta de horas impartidas en clase, sino en el detestable ejemplo que han dado
a sus alumnos, porque el ejemplo grita más que mil palabras. Exijamos a la
autoridad que cumpla con su deber de poner orden. En educación no cabe la
rendición.
-Fin del artículo-
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